Datan de ocho siglos A. C. las referencias históricas sobre el algodón. Los egipcios lo conocían y lo cultivaban en la antigüedad; y los Incas, y otras civilizaciones antiguas, ya utilizaban el algodón en el 4500 A. C. El algodonero (Gossypium hirsutum L.) es una planta arbustiva y perenne, de crecimiento indeterminado, y desarrollo vegetativo y reproductivo simultáneo. La palabra deriva de al-quTum, en lengua árabe, porque fueron los árabes quienes, en calidad de comerciantes, difundieron el cultivo del algodón por Europa. Ella generó los vocablos cotton, en inglés; coton, en francés, y, cotone, en italiano.
En la década de 1500, al comienzo de la colonización, se cultivaban ciertas especies de algodón en el territorio nacional. En Brasil, poco se conoce de la prehistoria de esa planta, pero, los portugueses, cuando llegaron aquí, percibieron que los indios conocían el algodón, ya sabían hilarlo y de él hacían tejidos.
Hay una leyenda indígena, incluso, en el folclor nordestino, según la cual, en los tiempos de la creación del mundo, los indios eran muy atrasados, no sabían criar los animales y, tampoco, cultivar la tierra. Se paraban en lo alto de los árboles, o en cuevas, para protegerse de los animales feroces. Fue entonces cuando surgió un gran jefe sabio - llamado Sacaibu - que los llevó a un lugar donde había caza. Allí, los indios construyeron sus casas comunales. El santo dios Tupã le dio una semilla a Sacaibu y le pidió que la plantara. Obedeció al gran maestro y se quedó esperando su germinación. Cuando la planta se desarrolló, Sacaibu observó que de sus flores salían mechones blancos, que los indígenas tejían y hacían cuerdas. Por intermedio de estas cuerdas, descendieron un abismo y descubrieron un pueblo de mucha cultura, que les enseñó a vivir mejor, a cultivar la tierra, a criar los animales, a hacer utensilios variados y a tejer las ropas, con el producto de la semilla ofrecida por Tupã: el algodón.
Los portugueses, a su vez, a pesar de haber cultivado, en Bahía y en Pernambuco, algunas variedades de algodón traídas de Oriente (que, posteriormente, fueron llevadas por los jesuitas para el sur del país), estaban mucho más interesados en el cultivo de la caña de azúcar. Sin embargo, con la llegada de los esclavos africanos, por la necesidad, los colonizadores tuvieron que plantar algunas hectáreas de algodón, para que pudieran hacer sus vestimentas.
En Inglaterra, hasta mediados del siglo XVIII (1760), la lana y el algodón eran hilados manualmente, en equipos rudimentarios denominados rocas (o máquinas roperas), que presentaban bajísimo rendimiento. Por otro lado, gran parte de las telas de algodón se importaron de la India. El Parlamento inglés decidió entonces imponer fuertes aranceles a las importaciones extranjeras, y esto finalmente alentó a la propia industria textil del país. A partir de 1764, James Hargreaves inventó e introdujo en el mercado la famosa Spinning Jenny, una máquina de hilar que multiplicó la producción veinticuatro veces, en comparación con el rendimiento de las antiguas rocas. A continuación, el mismo inventor puso a disposición del mercado una nueva creación suya: la lanzadera volantefly-schepel.
La combinación del proceso de tejido con el hilado de Spinning Jenny representó una verdadera revolución tecnológica, que se vio reforzada por la invención del bastidor hidráulico de Richard Arkwright. Esta creación hizo posible la producción intensiva de las parcelas longitudinales y latitudinales. Mediante los nuevos procesos mecánicos, la producción aumentó de doscientas a trescientas veces, en comparación con lo que se producía antes, en el mismo intervalo de tiempo.
En 1792, un invento de Eli Whitney, en los Estados Unidos - el desmotador de algodón - consiguió separar mecánicamente las semillas de las fibras del algodón, de modo a reducir, de forma sustantiva, su precio en el mercado mundial. Las primeras máquinas eran poco costosas para fomentar la industria nacional, pero con el paso del tiempo y la aparición del telar mecánico, los tejedores manuales tuvieron que trabajar en las fábricas.
La competencia con los tejidos de algodón Hindúes (los más perfectos del mundo), así como los de lana y lino, llevó a Inglaterra a iniciar una etapa de modernización de la producción, a través de la creación de nuevos sistemas y nuevas máquinas. Entre ellas se encuentra la máquina de vapor, que desarrolló en gran medida las industrias de la minería, el ferrocarril y el transporte marítimo. Por lo tanto, la combinación de las invenciones en el campo de la industria textil, así como la máquina de vapor (ya imaginada y diseñada por Leonardo da Vinci en el siglo XVI) fueron responsables del aumento de la producción y de la disminución de su costo; y promovieron la Revolución Industrial, en el período de 1770 a 1870. Todas las innovaciones y el consiguiente incremento en el comercio mundial dieron a Inglaterra una extraordinaria ventaja: los tejidos producidos eran ligeros, baratos, de calidad, y podían ser comprados por millones de personas.
A mediados del siglo XIX, el cultivo del algodón ya representaba una de las actividades tradicionales, concentrándose la producción nacional en el Nordeste de Brasil, y en algunas áreas de la región Norte, donde la planta es nativa. Debido a su condición de semi-aridez y resistencia a las sequías, el algodón se ha convertido en la principal opción fitotécnica para los nordestinos. A partir de finales de la década de 1880, y en la de 1890, se desarrolló, particularmente en el Estado de Pernambuco, la producción de aceite de semilla de algodón, en fábricas pequeñas y mal equipadas. En el Estado de Alagoas, en el año 1888, pasó a funcionar una fábrica de aceite. En São Paulo, en el sur del país, fue inaugurada una gran fábrica, en 1892.
En los últimos años del siglo XIX, solo cinco países -Unión Soviética, Estados Unidos, India, China y Egipto - producían el 98 % del total de la producción mundial de algodón.
Algunos factores contribuyeron para que, en aquel siglo, la cotonicultura se expandiera en el nordeste de Brasil: 1. La apertura de los puertos a las naciones amigas, en 1808; 2. El crecimiento de la población y, consecuentemente, el aumento del consumo de tejidos; y, 3. La paralización de la producción norteamericana, como consecuencia de la Guerra de Secesión, que impidió a Estados Unidos atender a la demanda del mercado europeo.
En la década de 1910, la compañía Industrial de algodón y aceites (CIDAO), organizada con capital brasileño, inició un extenso programa de inversiones para desmotar algodón en la región nordeste. El programa recibió una ayuda considerable del Gobierno Federal y los gobiernos estatales que se interesaron. Siendo así, fueron instaladas nueve usinas desmotadoras, en diversos lugares de Pernambuco, de Paraíba, de Río Grande do Norte y de Ceará.
En la ciudad de Recife, se construyó un complejo industrial que centralizó la producción y refinación de aceite; y Campina Grande, en Paraíba, se convirtió en una gran región productora de algodón. El cultivo del algodón, explotada por pequeños y medianos agricultores, pasó a representar una actividad de gran importancia socioeconómica, tanto en la oferta de materia prima para la industria textil y oleaginosa, como en la generación de empleos e ingresos. Históricamente, se llamaba “oro blanco”, por la riqueza que generaba.
El algodón nordestino, producido en pequeñas fincas, es todo cosechado a mano, lo que proporciona, cuando la operación es bien hecha, la obtención de un producto de alta calidad. En el país, de un modo general, se plantan dos especies de algodón: una perenne, en la región nordeste; y otra anual, en el sur y Centro-Oeste.
Hay varios tonos de fibras de algodón de colores, que van desde el crema hasta el marrón oscuro, el verde oliva hasta el naranja. Vale registrar que ya fueron identificadas, con fibras coloreadas, cerca de cuarenta variedades de algodón silvestre. En el pasado, el algodón de color, por presentar una fibra más débil y menos uniforme que la del algodón blanco, no podía ser utilizado por las industrias textiles. Sin embargo, trabajos técnicos desarrollados por la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria del algodón, Embrapa algodón, en Campina Grande, mejoraron, genéticamente, la calidad de las fibras, lo que posibilitó su procesamiento industrial. El proceso de mejoramiento no transgénico desarrolló variedades de algodón coloreado, con ciclo productivo de tres años y alto nivel de resistencia a la sequía. Las prendas confeccionadas en Paraíba, ecológicas por no usar pinturas, hacen honor al derecho del sello del movimiento Ambientalista Greenpeace.
Desde 1989, Embrapa algodón, inició estudios e investigaciones con el objetivo de obtener variedades adaptables a nuevos espacios geográficos, y aumentar la resistencia, la longitud, la uniformidad y la productividad de las fibras. De este modo, mediante generación y transferencia de tecnologías, viene dando una gran contribución a los cultivos del algodón. Cada año, lanza al menos dos nuevas formas de cultivo, y desarrolla nuevos sistemas de producción y de manejo integrado de plagas y enfermedades.
Desarrollado en el año 2000, el primer cultivar BRS 200 - constituida por la mezcla de partes iguales de varias semillas, y con fibras de color marrón - fue el primer cultivar coloreado genéticamente plantado en el país. Esto contribuyó al surgimiento de empleo, para los artesanos nordestinos y pequeños agricultores familiares.
El algodón de color tiene mucho uso en la artesanía del nordeste de Brasil y en ornamentación, en forma de ropas, tapices, colchas, sábanas, cojines, hamacas, entre otros productos.
Algunos tonos de color, - el verde en particular, - están influenciados por la luz solar y el tipo de suelo donde se cultiva, mientras que los colores crema y marrón son más estables. La mayoría de las especies primitivas tienen fibras de color marrón. Desde 1984, tales algodoneros vienen siendo preservados en el banco de germoplasma, en Patos, Estado de Paraíba. Las prendas confeccionadas con fibras coloreadas naturales son consumidas, en especial, por personas alérgicas a colorantes sintéticos.
El algodón, además de las muchas utilidades, es considerado, por las autoridades ligadas a la agricultura, como un producto muy importante y moderno porque en su proceso de cultivo e industrialización son utilizadas tecnologías avanzadas, que generan, no solamente el desarrollo del conocimiento, como el aumento del valor agregado.
El cultivo del algodón permite el cultivo intercalado del maíz y del frijol, preservando los cultivos de subsistencia. El pequeño agricultor cosecha los frijoles, con sesenta días de siembra; el maíz, con noventa; asegurando su alimentación, y esperando la cosecha del algodón, que representa “dinero en efectivo”.
Además de la fibra, se generan varios subproductos del algodón, como aceites comestibles y margarinas (extraídos de las semillas y producidos por la industria alimentaria); estearina y glicerina (empleadas por la industria farmacéutica), y jabones (a partir de la lía resultante de la refinación del aceite comestible). El piojo del algodón - separado por las máquinas de desmotar - es utilizado por la industria de muebles tapizados; y la fibra es usada en las industrias de celulosa, algodón hidrofílico, filtros, películas, explosivos, entre otros productos. La basura proveniente del barrido de las plantas tiene valor comercial, también, en lo tocante a la fertilización del suelo. Las ramas y hojas del algodón, son muy ricas en proteínas y de elevado valor biológico, todavía alimentan al ganado. Además, de la extracción industrial del aceite, resulta una torta que se emplea en la alimentación animal (uno de las raciones más ricas en proteínas); el salvado se utiliza como fertilizante nitrogenado; la cáscara se utiliza como combustible y, finalmente, como último subproducto de la combustión, deja una ceniza con alto contenido de potasio.
En la década de 1980, se instauró una grave crisis en la cotonicultura brasileña, derivada de la propagación del gusano del algodón (anthonomus grandis boheman); una plaga que redujo la producción, drásticamente, provocando el éxodo masivo de trabajadores rurales hacia los grandes centros urbanos, el cierre de más de 1.200 industrias textiles, de pequeño y mediano porte, y la reducción de 500 mil empleos. El nordeste pasó, entonces, de gran productor de algodón, con producción superior a 220.000 toneladas de penacho, por año, a gran importador. El déficit comercial de la cadena textil alcanzó los 1.100 millones de dólares en 1997. A mediados de los años 1990, sin embargo, la frontera de producción del algodón brasileño fue transferida para los cerrados, regiones de tierras planas, que permiten la mecanización de la labranza, con fuerte concentración en el oeste de Bahía.
En el cerrado, el éxito de la cultura del algodonero ha sido impulsado por las condiciones del clima favorable, por programas de incentivo a la cultura y, sobre todo, por el uso intensivo de tecnologías modernas.
Es de lamentar, sin embargo, que la comercialización del algodón, por parte de los pequeños agricultores, sea hecha de manera desorganizada, ya que ellos no tienen condiciones de almacenar el producto, de esperar para vender en momento más oportuno; y, tampoco, tienen acceso a las informaciones importantes del mercado. El algodón en hueso es vendido a los intermediarios (también llamados de intermediarios), que sacan provecho de las precarias condiciones de vida de los agricultores, y disminuyen bastante sus ingresos. Para estos últimos, el "oro blanco" está muy lejos: quien lo plantó ayer no lo disfrutará mañana.
Recife, 27 de febrero de 2009.
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cómo citar este texto
VAINSENCHER, Semira Adler. Algodón. In: PESQUISA Escolar. Recife: Fundação Joaquim Nabuco, 2009. Disponible en: https://pesquisaescolar.fundaj.gov.br/pt-br/artigo/algodao/. Acceso en: día, mes, año. (Ej.: 6 agosto. 2020.)